Hay ante la puerta de mi casa
Un señor malencarado.
Me está mirando muy serio, y trata de tocar mi mano.
¿Qué he de hacer, madre?
No lo sé, soy tan joven aún.
Pero colijo que no muy tarde,
En dos años a más tardar,
Algo más sabré de este señor que me tira los tejos
Inmisericorde.
La virtud, la legendaria savia, la matriz,
Pero es complicado.
Yo mantengo mi virtud, y lo haré,
Reniego de los sabores de la carne,
De los humores del lecho,
De las caricias,
De la piel,
Del aliento contra la nuca y los dedos clavados en las sábanas.
¡Reniego, reniego!
Pero él no deja de frotarse contra la barandilla.
En Madrid, 27 de septiembre 1949.
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