miércoles, 11 de abril de 2007

Orenga

Hoy yo quiero confesar
un pecado de
mente.
Y es que el hombre de mi vida,
mi adorado esposo mediante,
es grande y tiene perilla.
Qué hombros me le adornaban,
era una torre en vida.
Galán, desde luego, lo era
y apuesto y buen mozo.
Corría arriba y abajo
el mi Juan Antonio, todo el día.
Perlado, perlado.