Hay un bigardo, monumental
y tarado,
tomando nombres,
escribiendo los nombres
que les dicen las pobres almas,
en su libreta azulada.
Perlado el monumento,
catamarán que, de proa,
embistes morlacos
de fértil capital,
con el ansia menguada y aún así
presto, moreno y altivo.
Hay momentos que se acaban,
y hay momentos que no empiezan.
Que no sea ésa
la excusa que un prelado
de Carmona le ponga
a usted.
sábado, 8 de diciembre de 2007
viernes, 7 de diciembre de 2007
Perdigones
El fantasma de tu intimidad
que, a desmerecer, pretende
igualar en autonomía a la
santa cruz que besamos,
no se atreva siquiera a intentarlo.
Canalla que a duras penas
te sobreviviste a ti mismo,
no calientes ahora las seseras
de mostrencos, ignorantes o tardos
con tu serenata de mentideros
de postín,
que a nadie engañas.
Bufa lo que te plazca,
eso sí,
pero en la intimidad de tu fantasma,
no más allá.
que, a desmerecer, pretende
igualar en autonomía a la
santa cruz que besamos,
no se atreva siquiera a intentarlo.
Canalla que a duras penas
te sobreviviste a ti mismo,
no calientes ahora las seseras
de mostrencos, ignorantes o tardos
con tu serenata de mentideros
de postín,
que a nadie engañas.
Bufa lo que te plazca,
eso sí,
pero en la intimidad de tu fantasma,
no más allá.
jueves, 6 de diciembre de 2007
Instrucciones para marinar al falso dios
Poema extraído del libro Manual de Instrucciones.
Un trozo de piel
arrancado de tu cuerpo.
Debajo hay ya otro trozo de piel,
aunque sea aún bebé,
sin hacer del todo,
rojito, morado, quizás.
Te arrancas un trozo de piel,
ésta es la idea,
y lo mantienes en la mano
un rato,
o jugueteas con él,
frotándolo con la punta de los
dedos,
entre el índice y el pulgar.
Sin quitarle la vista de encima,
te concentras en
ese trocito de piel
de tu cuerpo,
que ya ha sido sustituido
y seguro que olvidado
por la inconsciencia de las células.
Entonces, te das cuenta
de que ese trozo de piel
es sospechosamente
parecido a un pedazo pequeño
de cuero.
Un trozo de piel
arrancado de tu cuerpo.
Debajo hay ya otro trozo de piel,
aunque sea aún bebé,
sin hacer del todo,
rojito, morado, quizás.
Te arrancas un trozo de piel,
ésta es la idea,
y lo mantienes en la mano
un rato,
o jugueteas con él,
frotándolo con la punta de los
dedos,
entre el índice y el pulgar.
Sin quitarle la vista de encima,
te concentras en
ese trocito de piel
de tu cuerpo,
que ya ha sido sustituido
y seguro que olvidado
por la inconsciencia de las células.
Entonces, te das cuenta
de que ese trozo de piel
es sospechosamente
parecido a un pedazo pequeño
de cuero.
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