Hay un bigardo, monumental
y tarado,
tomando nombres,
escribiendo los nombres
que les dicen las pobres almas,
en su libreta azulada.
Perlado el monumento,
catamarán que, de proa,
embistes morlacos
de fértil capital,
con el ansia menguada y aún así
presto, moreno y altivo.
Hay momentos que se acaban,
y hay momentos que no empiezan.
Que no sea ésa
la excusa que un prelado
de Carmona le ponga
a usted.
sábado, 8 de diciembre de 2007
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